“Y el Rey les dirá: en verdad vos digo que  cuanto hicisteis a uno de estos hermanos  míos más pequeños, a mí me lo hicisteis”  Mt 25:40 Que hago Contacto Utilidades

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Nací a una edad muy temprana, cuando todavía era muy chiquito :-)    en una familia luterana, pero la mano de Dios ha hecho con que yo recibiera el bautismo en la Iglesia Católica. Amén.

En mi niñez iba a Misa con mi mejor amiguito cuando tendríamos cerca de los ocho años. Mis padres nunca me llevaron a Misa. Ruben Rocha Junior, fue, por tanto, el apóstol más joven que jamás conocí. Él también me introdujo en los scouts de la Iglesia de la Santísima Trinidad.

Años después fui estudiar internado en un Instituto Salesiano. En lo que se refiere al lado religioso, aquella vida me agradaba y llegué a experimentar una fuerte piedad, especialmente por ocasión de la Santa Misa, pese a todavia no tener capacidad de entender la verdadera dimension de la Eucaristía.
El director del instituto llegó algunas veces contactar mis padres con comentarios de cómo notaba en mí una vocación religiosa. Las bromas que se sucedian en casa me dejaban un poco “cortado”: “un hijo cura”, “el Padre Richard” y cositas por el estilo. Con el tiempo llegaron las amistades de la juventud y con ello nuevos rumbos, totalmente distintos cuando no opuestos.

He sido un tremendo pecador en mi juventud y espero que eso no escandalice a nadie. Con la concupiscencia imperante en el mundo solo no es pecador quien no quiere…  

Hoy, pasados muchos años, por la Misericordia Divina y con la ayuda de mi Ángel de la Guarda volví -por lo menos- al sentido común. Estoy muy bien casado, siendo también padre y abuelo, todo eso por la Gracia de Dios.

En mi juventud fui muy egoísta, violento, vulgar, inescrupuloso e irresponsable con mis semejantes. Fui cobarde y abandoné a mi mejor amigo en una situación de miedo, cosa de la que me he arrepentido cuando ya no podía más reverter al pasado, y ese dolor lo cargo hasta hoy. Egocéntricamente hice sufrir a personas que no se lo merecían.

Con el pasar de los años esos ímpetus se fueron serenando en la medida en que florecía en mí un ansia por la intelectualidad. Volví a “devorar” libros como lo había hecho una vez en mi adolescencia, antes de caer. Leí los clásicos de la literatura en casi su totalidad, de la antigüedad a los contemporáneos. Entre estos últimos tuve una fijación especial por los autores existencialistas o aquellos que de alguna forma habían influenciado o servido de fundamento a esa nueva corriente filosófica antagónica: Sartre, De Beauvoir, Camus, Gide, Bernanos, Calderón de la Barca, Pirandello, Joyce, Kierkegaard, Heidegger, Kafka, Unamuno, Schopenhauer, Nietzsche y otros.

Por entonces creía que esa faceta humanista revelaba la razón de existir. Como era moda en aquel tiempo, presumía de mi condición de  “intelectualóide existencialista” aburriendo a los demás exhibiéndoles permanentemente mi cara de asco por la vida.
Pero al final terminé cansándome de la filosofía de la náusea (SIC) de Jean-Paul Sartre que no llevaba a nada. Solo sirvió para ir alejándome de Dios. Ahora entiendo a las filosofías humanistas como una forma de antropolatría.

Pronto descubrí que los progresos intelectuales podrían llenar la mente y el ego pero no el alma. Busqué y terminé metiéndome en todo tipo de grupos de estudios de filosofias orientales y esoterismo cuanto pude y, por decir algo, no sé como me escapé de lo peor.  En el ámbito seglar había tomado parte en movimientos vanguardistas, existencialismo y cosas así. Y en lo espiritual pasé entonces a aventurarme en denominaciones cristianas apartadas de la Iglesia. Ingresé en asociaciones esotéricas de todo tipo, estudié las cosas más raras y me metí en organizaciones secretas, no sé buscando qué (Ef 5:11 No participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, antes bien, denunciadlas).

Y también ya critiqué a la Iglesia sin tener el mínimo conocimiento de causa de lo que decía, por “lenguarudo”. Desafortunadamente durante aquella fiebre de intelectualidad nunca se me había ocurrido estudiar sobre mi propia religión, mi propia fe antes de meterme en cosas raras y decir tonterías sobre el catolicismo sin saber “de qué” hablaba. Todo el conocimiento de la Iglesia que seguía teniendo era lo que había aprendido para mi primera comunión.  ¡Yo empleaba el conocimiento y el entendimiento de un niño de 7 años de edad para juzgar y pronunciarme como adulto al respecto de lo que el Magisterio necesitó 2,000 años para ir definiendo y edificar, mi religión y la Iglesia!  (tal como, lamentablemente, muchos de nuestros hermanos también lo hacen hoy; como notamos en la parroquia, prensa, radio y televisión).

Vivía una vida muy desordenada. Pese a todo eso Dios en Su misericordia me dio nueva oportunidad y usó Su mano para guiarme fuera de todas aquellas cosas que hoy abomino. Dios nos tiene a todos incluidos en Su plan de salvación… ¡y no me ha fallado!

Todas esas cosas ya se las he confesado en detalle a mi confesor y por ellas recibí la absolución, pero lo confieso de nuevo aquí públicamente, frente a mis hermanos, tal como estaban obligados a hacerlo los primeros cristianos. Quiero predicar con el ejemplo por que trato de explicarles a los participantes de mis clases de Formación en la Fe que debido a la importancia transcendental que tiene el Sacramento de la Reconciliación, uno jamás debe abstenerse de confesarse por mera vergüenza. (Mucha más vergüenza y con más razón todavía debería uno sentirse en el momento de cometerlo al pecado, frente a un Dios omnipresente que lo ve todo).

Viví mi vida como un laico contumaz, derrochándola en la persecución de lo que la sociedad considera el “éxito”. Pese a haber sido alumno salesiano en mi juventud, mi catolicidad se había limitado a llevar los hijos a Misa cuando chicos y a rezar eventualmente conforme las necesidades del momento. Mi oración era siempre de petición y de agradecimiento, nunca de alabanza. En otras palabras, era el tipo de católico de autoservicio (“Esto me agrada, lo tomo. Esto no me interesa, lo dejo.”). Dios era una parte “compulsoria” de mi vida, vivía con Él pero alejado del Primer Mandamiento…

Fue en Gibraltar que se dio mi conversión, en la iglesia del Sacred Heart Parish y me acuerdo como si fuese hoy, tal fue lo que me ocurrió un día en que sin saber por qué me sentí impelido a ir a la Misa después de tantos años. Creo que fue la primera vez que intenté hablarle a Dios sin ser para pedirle algo y no sabía bien como hacerlo.  Ignorante total de lo ocurrente en la Santa Misa, durante el momento de la Consagración tuve una experiencia y algo empezó a pasarme que no conseguía entender lo que era. A partir de aí un sentimiento extraño se apoderó de mí y pasó a “empujarme” para ir a la Misa todos los días sin comprender porqué.
Cuando ya no pude resistir más tuve que buscar al párroco para hablarle de mi experiencia. Me escuchó pacientemente, me hizo varias preguntas sobre mi vida y cuando terminé de contárselo me preguntó cuanto tiempo hacía que no me confesaba.  Le respondí que fue cuando jovencito, en los tiempos de alumno salesiano, y para su posible arrepentimiento terminó confesándome. La victima en cuestión fue el pobre Father Zammit… Incrédulo, lo que escuchó le dejó totalmente “flipado”, pero con el tiempo hicimos una amistad que echo de menos desde que tuvo que marcharse a Malta para cuidar de su madre.

Las semillas sembradas por aquel apóstol precoz Rubem Rocha, los salesianos en mí, la actitud de Fr. Zammit conmigo y el Amor de Dios han hecho su trabajo. La paciencia de Fr. Zammit, su ayuda y la participación en la Misa empezaron a despertar en mí una sed insaciable por las cosas de Dios. Empecé a descubrir lo que era realmente importante en la vida y a estudiar lo que nunca debería haber de dejado de estudiar. Fue creciendo en mí una verdadera pasión por esos estudios y cuanto más aprendía, más necesidad de profundizar sentía. Era como si quisiera recuperar el tiempo perdido durante toda mi vida con lo urgente en lugar de haberme dedicado a lo verdaderamente importante, ahora que lo había descubierto.

Por iniciativa propia compré una Biblia y empecé a leerla y a interpretarla literalmente “a mi manera”, que es la peor manera de empezar y terminar.  Father Zammit me sugirió empezar por el Catecismo de la Iglesia, así entendería lo que la Biblia realmente quiere decir y enseña. Fue lo que hice. En mi nueva ansia de aprender para liquidar de una vez mi ignorancia sobre mi propia religión me leí de un golpe aquel libro de casi setecientas páginas, lo que entonces terminó por abrirme todavía más el hambre sobre las verdaderas maravillas de la fe que había despreciado durante mis tiempos del carpe diem.

Más aún, me dejó atónito constatar que todo, cosa por cosa, pero repito, absolutamente todo a lo que esos movimientos, entidades y organizaciones se proponían buscar, hacía milenios que ya tenia su respuesta y solución en el catolicismo. El problema está cuando vamos primero buscar fuera lo que no queríamos saber si ya lo teníamos en casa…

Ese estudio plantó la semilla de lo que en el futuro iría resultar en un llamado al ministerio de la catequesis.

En la misma ocasión en que fui comprar el Catecismo vi en la librería un Ordinario de la Misa que aproveché para también llevármelo por mi cuenta ya que quería aprender como acompañar la celebración litúrgica porque me daba vergüenza no saber lo que decir ni hacer los gestos como los demás. El resultado fue que me interesé tanto por la liturgia que terminé inscribiéndome en un curso de acolitado.

En consecuencia participé de estudios bíblicos, hice un curso sobre Patrología, otro de Historia de la Iglesia, el curso de acolitado de la Escuela de Acólitos San Tarcisio de Chile; cursos de Teología Moral y Teología Dogmática del IFTI de Chile; estudié al Magisterio de la Iglesia sobre todos los Concilios (Denzinger), estudié sobre Liturgia, Historia de la Misa y Mistagogía; Apologética; hice curso de Catequista para la Formación en la Fe para jóvenes y adultos (Jesús Sastre, España) y los módulos “0” y “1” para el  Apostolado Seglar (CEAS) de la Acción Católica, me interesé e incluí en mis estudios también Cristología, Angelología, lo básico sobre Derecho Canónico y hasta un curso de Latín de un año de la Accademia Vivarium Novum de Roma, entre otras cosas.

El llamado al ministerio catequético me llegó de una forma muy singular… Habiendo alcanzado un estadio ya más ilustrado que cuando vivía como un “pagano bautizado”, había desarrollado la sensibilidad suficiente para detectar mis propios defectos y errores en algunos de mis hermanos (es siempre más fácil verlos en otros). Conversas con ciertas personas -tanto de la calle como de la parroquia- me causaban un tipo de “sentimiento de lástima empática” que, vez por otra me hacia preguntarme si a mí mismo me hubiera gustado que alguien me hubiese ayudado en mis tiempos de oscuridad para sacarme de la ignorancia con relación a mi propia religión. Conocía en carne propia el riesgo que el comprometimiento de su salvación corría y no podía más omitirme. Aposté que sí y ha valido la pena.

Nuestras costumbres, mía y de mi esposa fueron gradualmente cambiando en el ámbito social. Nuestra identificación con el mundo se fue perdiendo a los pocos, en la misma medida que iba creciendo la calidad de la existencia. Fuimos haciendo nuevas amistades porque súbitamente descubrimos que además de la gran masa que vivía en la oscuridad  también existía mucha gente en el mundo que ya venia viviendo todo eso que habíamos estado descubriendo con retraso.

Substituimos los medios de comunicación habituales, que ya no aguantábamos más de tanta mentira, violencia, mal gusto, vulgaridades y desgracias por otras emisoras -católicas- como el canal de televisión de EWTN o la Radio María, por ejemplo. Tiempos mas tarde y curiosamente, esa misteriosa mano de Dios haría con que mi esposa y yo cierto día nos topáramos en un evento papal con un director de EWTN, Claudio Ramírez, quien nos pidió para apoyarle en la difusión del canal en el sur de España, incumbiéndonos de la coordinación de la actividad misionera de la emisora de Madre Angélica en la provincia de Cádiz y formar lobby de apoyo frente a las retransmisoras. Más adelante esa misma mano de Dios nos puso en contacto personal con otro personaje de EWTN, el Padre Teofilo Rodríguez, quien trajo su Fraternidad a Gibraltar y con la amistad surgida terminó como guía espiritual y orientador en la esfera de asuntos internacionales para la obra de caridad que llevo.

Nuestra proximidad a la Iglesia nos ha permitido disfrutar sin límites una convivencia con todos los Hermanos de la Fraternidad de la Divina Misericordia mientras estuvieron en Gibraltar y también con Monseñor Orfila durante sus últimos ocho años de vida, periodo en que fue paciente de mi esposa en su clínica.

Concurrentemente hicimos peregrinaciones a los principales santuarios. Fuimos conocer in situ a casi todos los principales templos católicos de España, Portugal, Italia, Francia y Alemania y lugares de relevancia histórica de la cristiandad.

Este último par de décadas ha enriquecido sobremanera mi existencia. Me ha revelado una tal grandeza y esplendor de la Iglesia de Cristo que jamás podré llegar a conocerla en su plenitud. Aquella primera experiencia en la parroquia de Fr. Zammit había transformado radicalmente mi vida;  consiguió reducir mi soberbia a la condición de mendicante de la cultura y fe católicas.



Mi vida podría haber sido siempre la de un santo, desde un principio. ¿Me arrepiento de las cosas que hice erradamente? Ciertamente que sí. La otra cara de la moneda es que las cosas malas que hice en mis primeros años no las obré con una  intencionalidad maligna, y ni por eso dejaron de ser malas en si.  Con arrepentimiento y reconciliación se me ha dada la oportunidad de descubrir el otro lado, opuesto a esa realidad. Como consecuencia pasé a  conocer los dos lados de la moneda, el de la Iglesia y el de sus detractores. Mi opción por la Iglesia sin sombra de dudas ha sido plenamente consciente, libre, madura y con pleno conocimiento de causa. ¿Y hubiera preferido a eso haber sido siempre santo? Sin duda alguna, pero desdichadamente en vez de eso, como consuelo hoy lo máximo que me resta es poder hablarle a nuestros detractores con la autoridad que mi experiencia y conocimiento de causa me confieren.

 

No te puedes figurar como mi desafortunada experiencia del pasado ahora me ayuda en mis actividades de apologetica en defensa de nuestra fe y la Iglesia. Hay un dicho popular que reza: “No hay mal del cual Dios no pueda sacar algún bien”...   ¡Amén!    

    


Pues, es de ahí que vengo.

Donde voy Donde estoy